lunes, 19 de enero de 2009

Sensibilidad

Hace ya un par de días que me vengo sintiendo demasiado sensible.
Estoy segura de que en parte tiene que ver con ese período "exclusivamente femenino" que ya todos conocemos.
Hoy fue creo yo el día que culminó con este inusual estado. Sucede que la endemoniada tecnología (o al menos mi pc y mi celular) están en contra mio todo el tiempo. Y hoy no fue la excepción, lo cual mezclado por mi situación, todo desembarcó en unas fuertes ganas de llorar y "tirar todo a la mierda". Y en lugar de encerrarme en mi habitación, como lo vine haciendo ya ayer y antes de ayer, cambié de plan: me senté en el patio a quemarme mis piernas (bueno, fue un intento, mi insoportable piel blanca es tan dicífil de tomar color). Y cerré los ojos. Y traté de concentrarme, siguiendo el consejo que había leído en el libro de Erich Fromm "El arte de amar". Me tapé los oídos, porque mi hermana escuchaba música en el comedor tan fuerte que yo llegaba a oírla. En ese momento, ganas de gritar se adueñaron de mi. Pero no iba a hacerlo, porque una idea mejor se me cruzó por mi mente. Era una idea que ya tenía su tiempo, pero que nunca había dado el paso para consumarla. Y este momento creí que era el adecuado. Me levanté de la silla, busqué en la bolsa de zapatillas viejas y en desuso un par blanco de lona, mis favoritas. Las lavé, las dejé secar, y mientras busqué témperas de colores. Cuando ya el sol fuerte las habría secado, y luego de preparar el lugar donde llevaría a cabo mi nuevo plan, tomé el pincel como un asesino toma su arma, lo manché de color y comencé a atacar las zapatillas con toda la bronca que tenía encima, a modo de descarga. Fue una terapia fantástica, y como resultado, quedaron un par de zapatillas manchadas que para mi son como una obra de arte, a la que sin duda decidí llamar "Ataque de histeria".
Ya más calmada, compartí un rato con mi hermana, merendando, hasta que llegó mi mamá. Y por esas cosas raras de la vida, llamadas "conversaciones entre madre e hija", me enteré de algo curioso que era simplemente que había comprado detergente. Y ahí sí, se me volvió a prender la lamparita: BURBUJAS. Aaah, mi gran pasión. Como una niña pequeña fascinada por la magia de esas simples pompas de jabón, me senté nuevamente en el patio, y comencé a crearlas. Las veía ascender hacia el cielo azul, transpasar mis paredes e irse para las casas de los vecinos, y sentía un extraño orgullo, mientras recordaba cuando mi abuela me preparaba esa fabulosa poción de detergente y algo de agua en el jarrito rojo y yo corría por su patio feliz, burbujeando al aire. Y pensé que tanto había siempre deseado ser grande, ser mayor, para llegar a este día en el que ya hace más de una semana que cumplí 18 años y no siento nada especial, al contrario, creo que quiero volver a ser una nena. Por eso estos gustos que me doy, estos momentos para mí, esta sensibilidad que por momentos odio, pero que también disfruto, porque me doy cuenta de que he logrado conocerme interiormente.
Y antes de que mi familia piense que me había convertido en una completa desquiciada, al terminarse el detergente me levanté, descolgué la ropa (cosa que me habían pedido antes pero como estaba ocupada con mi amado "ritual", no hice caso), y volví al mundo cotidiano, la cena, y todo eso de siempre.

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